carta inicial


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4.9.10




                                    





Por Luciano Burba  24.07.2010










Respecto a tu texto (3)*, la ciudad + la cuestión acerca de vivir en ella y de ser “ciudadano” (…), te cuento que justamente estoy trabajando con “estos” asuntos a partir de mi experiencia de habitar mis procesos de vida urbana en el arte y de exponerlos como HABITABLE, proyecto de muestras de artista en facebook que lleva ya un año y medio de desarrollo y que finaliza a fin del 2010.
Para mí el asunto de 
ser
  ciudadano tiene que ver con el habitar la ciudad. El parámetro para definir entonces este estado de “ciudadanía” es la ciudad donde uno habita y este “habitar” como logo de conciencia. En este punto me gustaría ubicarme desde una posición para discursar. Soy artista y desde ahí te digo.

La ciudad es actualmente una definición de área, estética y políticamente dicha, aunque en sí misma, para mí como artista, es también, y además, un estado de conciencia: uno habita la ciudad que está en-sí-mismo.
Es complejo esto, porque es como un asunto de doble entrada sin jerarquías. Me refiero a que la ciudad es en sí misma y a su vez en uno mismo, y es  
paralela, diametral, profunda y separadamente, como asimismo, tan cruzada, direccional, superficial y conjunta.Y así es uno como ciudadano.
Uno puede vivir en Córdoba habitando en Tokio, por ejemplo.
Y así es como uno define los bordes que figuran lo que es la ciudad para sí y lo es en-sí.

Para mí, actualmente, ser ciudadano implica vivir en la web. Yo vivo en una pequeña ciudad que es Cruz del Eje, aunque me siento ciudadano de una área urbano-inmaterial 2.0 llamada facebook.
Existo ahí como parte de los “ciudadanos del mundo”, de los “ciudadanos del cosmos”, de los “ciudadanos sin tierra”, de los “ciudadanos web”.

El punto para mí, respecto a tus cuestionamientos, aprehensiones y comentarios en 
(3)* 
es entender en qué ciudad estoy a partir de cómo leo la urbanidad que habito y las acciones que como artista realizo para definir allí mi estado ciudadano. 
Al revés (…), la cosa se complica mucho de manera negativa (…), porque aunque uno quiera, uno no es en sí mismo ciudadano (porque uno en sí mismo es uno en sí mismo solamente) y hacer a la ciudad como definición total desde este punto de partida sería muy inútil (al menos para los fines de pensamiento que supongo en tu escrito estás tratando).
Seguramente que uno hace la ciudad como parte, pero eso es una sumatoria de característica, no de estado. Y ahí aparece el tema de la democracia ciudadana como la comprendo potencialmente hoy: 
un entendimiento democrático puesto a ser desarrollo de vida en libertad por cada uno de los que habitamos este universo.
  Y como en cualquier época, esto implica trabajo concreto, acciones que construyan positivamente (en pos de la vida del hombre y de la naturaleza).
Lo demás (…), en todo caso opcional, es parte de una modernidad ya claramente evolucionada, supongo.

Te dejo una abrazo enoooorme mi querido Lucas y espero saber más de vos pronto!
(Por lo que leo, hay un hartazgo crítico en vos que se desdobla en fina letanía. Me da curiosidad saber en que anda tu cotidianeidad…
Pienso en que uno es más creativo y más positivamente vivo y constructivo de vida cuando está feliz y cuando no sufre. Ojalá puedas habitar como ciudadano la ciudad que más te guste y que más salud y bienestar te provoque).

Te mando mucho amor Lucas, mucho mucho mucho amor!




Por Fabhio Dicamozzi  12.08.2010














Por Jesica Culasso   20.07.2010










Córdoba, 16 de julio de 2010
             
              Hola Lucas, cómo estás?
              Hace días que estoy redactando esta carta mentalmente, una redacción de esas que hago cuando tengo muchas ganas de escribir. Pensé que, como no tengo cámara de fotos (bueno, tengo una, pero en mi última mudanza me olvidé en el freezer la única película que tenía para ponerle, y de alguna manera, la cámara está en el freezer- aunque claro, en realidad está en el placard, en la parte de atrás), la foto iba a tener que sacarla con la cámara de la netbook, pero la verdad es que no había decidido dónde ni cómo poner el cartel hasta hoy. En fin, lo que te quería decir es que, como no tengo cámara de fotos, había decidido escribirte. No sólo porque no tengo cámara de fotos, sino también porque me gusta mucho escribir, y porque cada vez escribo menos.
              El proyecto también me motivó mucho a escribir. Aunque claro, este tipo de escritura que, la reconozco, me es familiar, no es esa que sabe para dónde va, sino la otra, la de escribir esas cartas que nunca sé dónde terminarán, en la que seguramente terminaré confesando unos amores muy peculiares e improbables (sobre todo por la naturaleza del objeto de deseo), o cosas por el estilo. El punto es que me dieron ganas de escribir.
              Lo que seguro recuerdo de la motivación inicial, es que me preocupé mucho porque no sé qué ciudad es la que me hace ciudadana. Eso me llevó a remover los problemas que tengo con el hecho de vivir en Córdoba. Vivo en Córdoba sin pertenecer a Córdoba, sin pertenecer en un sentido profundo, porque formal e intelectualmente realmente me siento cordobesa. Vivo en Córdoba sin sentir que la ciudad me pertenezca, admirando a los colectiveros por el desgaste al que han llegado a someterse en esta ciudad, incluso me pregunto cómo es posible que alguien sepa sin temor a equivocarse que ¡Horacio Álvarez es un cordobés de novena generación! No puedo ni imaginar vivir nueve generaciones en una misma ciudad. Nueve generaciones---- Uf*.
              Pero en Neuquén siempre estaba por irme. Y cada vez que vuelvo no hago sino reforzar esa sensación. Ya estoy por irme, y estaba por irme desde que en 1996 mi hermana se fue, y dije “bueno, ya estoy por irme yo también”. Y en mi imaginación, que a veces funciona con la lógica de un mito, Neuquén es la ciudad tabú. Una de las ciudades tabú, para ser más exacta, las otras son Mendoza, Tucumán, Puerto Madryn y La Plata. Son las ciudades a las que no me puedo mudar, ya sea porque mis familiares viven ahí (y por lo tanto la ciudad ya está quemada, para usar un término noventoso) o porque muchos neuquinos viven ahí (sería el caso de La Plata). Lo más extraño es que la lógica de las ciudades tabú es uno de los pocos rídiculos principios infantiles que mantuve incólumne hasta hoy (y voy contando), además de no fumar activamente.
              El tema es que, en última instancia, la ciudadanía no es algo que venga dado por la ciudad, justamente. Sin querer darme cuenta, me percaté de que la ciudadanía es una institución (de esas que son graciosas cuando les decís institución), y tan institución será que creo que es uno de esos derechos del niño que siempre dicen en la Unesco. La ciudadanía parece que es algo que me hace una persona más plena de derecho. O que disfruto de mis derechos mejor que los pobres que todavía no. Eso me recuerda un comentario que escuché, que alguien me dijo, que es que los pasaportes argentinos son muy caros en el mercado negro de pasaportes. Parece que no solamente soy una de las privilegiadas que goza de su derecho a la ciudadanía, sino que además tengo la enorme ventaja de tener un pasarporte caro. Me comentaban esto, a propósito, porque en el año 2008 perdí mi pasaporte en el aeropuerto de Frankfurt (que, la verdad, es el aeropuerto más grande que vi en mi vida; pero no vi muchos, en realidad). Entonces pensé que tal vez alguien ganó mucho dinero con ese pasaporte o, mejor aún, tal vez alguien ahorró mucho dinero con ese pasaporte. Pensé en otras cosas, que de última han ido destruyendo el sentido de ciudadanía que tenía. Me imaginé, por ejemplo, que capaz que algún palestino lo usó para entrar a Israel, y por ahí se inmoló en un centro comercial. Me imagino mi pasaporte haciéndose pedazos en Tel Aviv (porque tengo poca imaginación, capaz que fue en algún lugar de mmmm, China, India, no sé, algún país pequeño también puede ser), junto a una persona vehemente, ciudadana a su modo, muy ciudadana.
              El punto es que ese pasaporte que perdí decía algo más sobre mi ciudadanía (y sobre su valor en el mercado negro). En ese pasaporte estaba la única visa que pedí en mi vida (como verás, no conozco muchos aeropuertos y no pedí muchas visas, tal vez por eso todo es tan novedoso), una visa para entrar a la Federación Rusa que, por suerte, escaneé cuando me la dieron, de pura emoción. Voy a ver si encuentro la foto para mandártela. Esa visa realmente me hizo reflexionar sobre la pertenencia a los lugares. Rusia es un lugar que quería visitar desde que era muy chica, capaz que desde los seis o siete años, cuando mi mamá me explicó (si entendí bien) que Rusia y Cuba era los países en los que las cosas eran gratis. Después me acuerdo de hacerme muchas preguntas sobre Rusia, y leer novelas, muchas novelas. Me acuerdo que el primer libro que mi papá me recomendó fue “Días de infancia”, de Máximo Gorki, y que todo era muy ruso, mucho samovar y sopa, muchos íconos en el rincón de la habitación. En fin, la gran distancia con Rusia (obviando el idioma, que nunca había pensado que fuera a ser distante, y la distancia en sí, claro) era la burocracia, era el trabajo de algún día tomar la iniciativa de pedir una visa, correr el riesgo de que mi ciudadanía no fuera lo suficientemente buena como para que me den esa calcolmanía escrita al revés... Rusia estaba lejos hasta que recibí esa visa, hasta que en la frontera un policía me vio con el pasaporte argentino en la mano y me dijo “¿argentina?” y cuando dije que sí (¿qué más podía decirle?), me sonrió.
              Dos años después volví. Lo que finalmente dice mi nuevo pasaporte, el pasaporte que tengo ahora, es que nos estamos yendo para arriba en el mercado negro, porque, mirá vos, ya se puede ir a Rusia sin visa. Ahora es un sello aburrido, y lo único que tiene de al revés es que ellos abren el pasaporte del otro lado, entonces me pusieron el sello en la última página.
              La cuestión es que después de ese sello, del miedo en el aeropuerto a que Interpol me esté buscando por haber contrabandeado andá a saber qué cosa, andá a saber a qué país; la segunda vez que fui a Rusia visité una ciudad que no conocía. Fui a Veliky Novgorod, Novgorod para ahorrar. Es una ciudad milenaria, con cosas antiguas de todos los tiempos, y si bien no conozco muchas ciudades antiguas, me llamó la atención cómo los novgorodenses usaban sus cosas antiguas. Las usaban como si fueran las de todos los días. Como escuelas, como centros culturales, como lugares de reunión. Salvo unas llamas eternas, todo era de cada día. Fue una sensación, no estuve en Novgorod más que nueve horas, tal vez, pero mirando a su monumento milenario me pregunté si yo no había estado ahí antes. Si algunos de esos señores y señoras que aparecían en el bajorelieve no habrán sido mis tátara... algo. No sé si por parte de madre o padre, pero las probabilidades son iguales con casi todas las ciudades más o menos europeas. Y este era uno de los pocos lugares donde me pareció haber estado antes.
              Todo este anecdotario era para decirte que desde entonces me pregunto si la ciudadanía no es un asunto de lugar deseado. Que creo que, por circunstancias que reconozco algo domésticas, ser argentina, cordobesa, neuquina, tucumana o nordlending, incluso mendocina o italiana, son cuestiones muy debilitadas en lo que hace a mi ciudadanía. Ser argentina es algo que se parece a alguna maestra de mi escuela diciendo que Chile se quería robar la Patagonia, y la verdad es que nunca me sentí especialmente amenazada por Chile ni por los chilenos. Ser neuquina no se me nota más que en no tener mucho frío y en que no me molesta el viento. Lo que no sé de qué ciudad saqué es la capacidad de adaptarme a las cosas que no me gustan. Capaz que es de Córdoba.
              Quería decirte que ser ciudadana debería ser la pertenencia como la experimento cuando me vinculo con mi nostalgia. Eso, que la pertenencia a algo, pregnante, mmmm, sugestionada tal vez, viene cuando me acerco a los espacios de la nostalgia. Escribir, por ejemplo, es un ejercicio ciudadano. Escribir, pero escribir cuando siento ese frío en los dedos, escribir en invierno, con un poco menos de cuidado que siempre. Y cuando hago esto, pareciera que ejerciera un derecho. Así me imagino que se debe sentir pertenecer a una ciudad, como yo siento que pertenezco a este recuerdo de escribir. Otra experiencia más o menos común, que me impone esa situación de pertenencia, es el agua del río Limay. Dejarse llevar por el agua del río, unos cuatrocientos o quinientos metros río abajo, es algo que comparto con otras personas como imagino que es comunitario el ejercicio de la ciudadanía.
              Llegando a la parte de los peculiares, descubrí que también la persona que uno ama puede ser la ciudadanía de uno. ¿Podés imaginarte enamorado del cauce de un río? Bueno, yo practico y estudio todos los idiomas que habla la persona que amo. Ese ejercicio, esa motivación -como ahora fui motivada a escribir- tiene el poder de ponerme en algún lugar. Me doy cuenta de que ese deseo territorializa en un sentido opuesto al de los territorios, y desactiva toda posibilidad de sentirme ciudadana de una ciudad. Soy una ciudadana de algunos objetos y sujetos, de las relaciones y los ejercicios, e incluso soy ciudadana de mis frustraciones. Una ciudad no ha logrado captar mi voluntad de ciudadanía. No me imagino nada más impráctico e impreciso que trabajar en el consenso de un grupo de gente que lo único que tiene en común es la historia de un territorio. Y si bien el tema de la ciudad sigue incomodándome, y no es muy conveniente que explique por qué Córdoba sí y por qué Córdoba no, y por qué sí estoy acá, porque no lo explico bien; no estoy evadiéndolo completamente.
              Hay unos carteles en ciudad universitaria que espero que Lita Ponce nunca vea, porque los va a tapar con plantines de pensamientos. Son unos carteles verdes que dicen con letras grandes blancas “USTED ESTÁ AQUÍ”. Y nada más. Cada vez que los veo recuerdo que me tengo que ir algún día. Son unos ayudamemoria, me recuerdan que esta ciudad no es mía, no siempre, ni del todo. En realidad no están ahí por mí. En realidad, no era mi intención escribirte sobre las originales y peculiares reflexiones que hice gracias a tu invitación. Quería escribirte sobre las otras formas de ciudadanos, no podemos negarlo, son casi todos los que están aquí a medias. Eso quería decirte, que creo que si miro las cosas en una escala algo mayor, o desde este espacio de ciudadanía que te cuento es posible construir, muchas personas podrían encontrar su territorio en cosas que no son territorios, ciudades ni mucho menos países en el sentido político. Creo que lo que me entusiasma de tu invitación es la idea de que ciudad sea un poco de deseo y nostalgia rejuntada, que a veces me parece que algunos se angustian porque no saben por qué Córdoba no es su ciudad (aunque sean de novena generación) y que hay motivos más urticantes para angustiarse. Córdoba no es el lugar de estas personas porque algunos nos organizamos mejor si encontramos un objeto de ciudadanía que no sea una ciudad. Para esos que, por cuestiones bastante comentadas en la sociología, las ciudades no hacen tanto a su identidad, el cartel también dice “USTED NO ESTÁ AQUÍ”**.

Un beso.
A

              PD. El cartel lo voy a intervenir finalmente con algunos souvenirs de Novgorod, cuando consiga una cámara te muestro.




*     Bueno, no debería perder de vista la noticia de que aparentemente mi bisabuela era sobrina de un gobernador de la Provincia de Tucumán. Calculando que en aquellos tiempos para ser gobernador, seguramente, era un requisito excluyente ser tucumano de segunda o tercera generación cuanto menos, y haciendo un poco de cuentas con los dedos, capaz que sí soy una tucumana de novena generación, camuflada de neuquina, renegada y escandalizándose de esas familias que no pueden irse de generación en generación. De todas maneras, y para ser honestos, los italianos de la región de Ancona, por decir algún lugar, me parecen más familiares que la mayoría de los tucumanos. Ah, por cierto, mi tátaratíoabuelo era ¡¡¡Lucas Córdoba!!! (Encontré su foto en Wikipedia, es raro...)
**             [No sabía bien cómo ponerlo, pero ahora veo que tiene que ver con esta última frase. “Afuera!” como evento me genera mucha apatía, en parte agradezco poder culpar a ese nombre que tiene. “Afuera!”, para los que estamos medio sensibles, también puede significar “bueno, si no encontraste tu lugar acá, hacé lugar para los demás”. Son sensaciones, pero creo que el CCEC había llegado finalmente al punto en que casi todos tenían serias diferencias con ellos como institución, y este evento tiene una lógica que, en algún punto, resulta cooptante. No me puedo quedar afuera, porque la universidad no puede quedar afuera, porque la propuesta de Lucas es distinta a la propuesta de afuera en sí mismo, pero así como me piden que me vaya, me piden que me quede. Están un poco histéricos, y me molesta que me digan hacia dónde ir.]










Por Ana Sol Alderete 16.07.2010

















Por Luciano Burba    28.6.2010